Títol 196 anys de l’execució de Cayetano Ripoll, mestre de la Punta i víctima de la Inquisició
Data de publicació en Natzaretpèdia Diumenge 31 de juliol de 2022

Hui, 31 de juliol de 2022, es compleixen 196 anys de l’execució del mestre Ripoll –Cayetano Ripoll– en 1826. Ripoll, mestre de la Punta, té el trist honor de ser l’últim executat per la Inquisició. Volem deixar un espai en Natzaretpèdia per a recordar la seua vida i els motius pels que l’església el considerà una amenaça. Compartim dos documents:

  • L’article que li han dedicat hui en el Diari La Veu: Tal dia com hui del 1826 la Inquisició va executar el mestre Gaietà Ripoll a València. En este article no es diu que era mestre de la Punta, així que pensem que cal enriquir-lo amb el següent document.
  • L’apartat “Cayetano Ripoll, maestro de la Punta y víctima de la Inquisición”, del llibre Natzaret, entre la mar i l’horta (dels orígens fins 1936) de Ramon Arqués Grau i Antoni Sanchis Pallarés (pp. 143-147). El fragment correspon concretament a la part de Toni Sanchis i el reproduïm a continuació.

Cayetano Ripoll, maestro de la Punta y víctima de la Inquisición[1]
de Toni Sanchis

Arqués Grau, Ramon i Sachis Pallarés, Antonio (2019). Natzaret, entre la mar i l’horta
(dels orígens fins 1936), pp. 143-147

Hablamos de un hombre bueno, fiel a sus ideas y sentimientos; un maestro entregado a sus niños con una inusitada dulzura y sencillez; un maestro que ya muy de mañana pasaba por todas las barracas donde había niños que no podían asistir a la escuela y hablaba con los padres que mostraran un mínimo interés para que aprendieran, dirigiéndose después a su barraca de ocho costillas en la partida de La Punta. Y, lamentablemente, hablamos de un arzobispo, Simón López, enquistado en un mundo imaginario, atiborrado de dogmas y verdades eternas.

No tardarían mucho en chocar esos dos mundos y nos podemos imaginar quién se llevaría la peor parte.

Cayetano Ripoll (Solsona, 1778-Valencia, 1826) había luchado contra los franceses, que se lo llevaron prisionero a Francia. Allí se convirtió al deísmo, convencido de que si Dios existía no intervenía en los asuntos humanos. De regreso a España se estableció en La Punta, donde enseñaba a sus pequeños discípulos las verdades científicas, sin llevarlos a misa ni haciéndoles salir a la puerta cuando las campanillas anunciaban que pasaba el Viático por la calle. Su único credo era la existencia de Dios, pero no aceptaba los otros dogmas propios del catolicismo: infalibilidad de la Iglesia, virginidad de María, infierno…

Los vecinos no acababan de entender por qué no seguía los rituales tradicionales del catolicismo, pero se sentían ganados por su bondad, su desprendimiento y el amor a sus semejantes de que siempre hizo gala.

Ubicación de la barraca escuela del Mestre Ripoll, según Guillermo González en la calle Jesús Morante Borras.

El arzobispo Simón López, en cambio, ponía toda su artillería en combatir todas las herejías, incluidas las de Ripoll, considerando que eran un veneno y que infectaban hasta el aire que respirábamos. Ligamos algunos párrafos literales de su edicto pastoral publicado en Enguera el 16 de octubre de 1825, que permiten advertir la rotundidad dogmática a la que apaciblemente se oponía Ripoll.

“Ha permitido el Señor, irritado por nuestros pecados, que el ángel de las tinieblas. Satanás, que cayó del cielo como el relámpago, abriese el infierno y enviase una tropa de perseguidores acérrimos de la Religión de Jesucristo y de toda Autoridad legítima. Con el humo negro de sus errores derraman el veneno de la malicia infernal. El veneno de los espíritus es como aquellos vapores pestilentes que exhala la atmósfera corrompida. Hay que procurar que estas doctrinas que centellean no enciendan de nuevo volcanes, para lo cual se proscriben de nuevo los libros incluidos en el índice de libros prohibidos, extendiendo las penas no sólo a los que los leen sino a los que no denuncien a las personas que saben retienen los libros”.

En esa época eran frecuentes las visitas de responsables religiosos a las escuelas para evitar la propagación de las doctrinas infecciosas y para captar algunos alumnos como candidatos a los Seminarios. En estas visitas se interrogaba a los vecinos sobre las actividades y opiniones de Ripoll, que no tuvieron más remedio que expresar su desconcierto ante el modo que tenia Ripoll de entender la divinidad. Su incredulidad no tardó en llegar a conocimiento de la jerarquía eclesiástica, que reaccionó con extrema dureza ante el buen maestro, que se había atrevido a leer y asimilar las ideas de Rousseau.

Pero los buenos vecinos de La Punta hacían buenas migas con Ripoll, como consta por las entrevistas que, con la idea de iluminar de nuevo aquellos tristes acontecimientos, les hizo en 1894 (68 años después de su ejecución), el secretario del Ayuntamiento de Valencia, Tomás Giménez Valdivieso. Giménez pudo entrevistarse con tres ancianos, niños entonces: Vicenta Sanchis Gabino, Rosa Quilis Soler y Juan Bautista Planells. De su testimonio se desprende que era alto, grueso, con melena de grandes bucles y barba negra, y usaba capa; por lo que su aspecto podía causar impresión. Si bien pudiera parecer que no creía en nada, la verdad es que enseñaba bien y parecía muy buen hombre, sin que nadie pudiera decir de él otra cosa, sino que no iba a misa. Se dejaba ayudar con un plato de comida, pero no aceptaba carne pues no era partidario de quitar la vida a los animales…

Una vez “fichado” por las autoridades eclesiásticas y sabiendo que se negaba a acatar las verdades del catecismo y a ir a Misa, ordenaron al alcalde de barrio de la huerta (presuntamente Luis Salcedo) que le obligara a asistir a Misa los días de precepto. Todos coinciden en que los domingos veían pasar al maestro, atado codo con codo, como si fuera un criminal, conduciéndolo, bien al molino de la Misericordia, bien a Monteolivete, para que asistiera al Santo Sacrificio.

En vista de que Ripoll persistía en sus convicciones, una noche de abril de 1824, al mando de Luis Salcedo, por orden de la Junta de Fe, se presentó la ronda en casa de José Vivó, el arroser, donde el maestro solía ir por las noches para pasar la velada.

Ahí lo prendieron y lo condujeron a la cárcel de San Narciso, en la actual calle del Salvador, donde se ganaría el respeto de todos los reclusos.

Mariana Gabino no abandonó a Ripoll en su desgracia. Durante los 27 meses que estuvo prisionero en San Narciso le lavó y le compuso la ropa, y su hija -la mencionada Vicenta Sanchis Gabino- recordaba aún el desconsuelo de su madre cuando un día de 1826 regresó de la ciudad, habiéndose enterado de la triste suerte que le esperaba al maestro.

Aclaremos, según la documentación exhumada por Vicente Cárcel Ortí, que había una diferencia entre la Inquisición y la Junta de Fe. Efectivamente, el Gobernador Eclesiástico Josef María Despujol necesitó dejar constancia el 6 de marzo de 1825 que “La Inquisición gozaba de dos jurisdicciones, la espiritual y la civil; la primera concedida por el Papa. La segunda por el Gobierno Civil; el uso de esta cesó por decreto de las Cortes; la espiritual o eclesiástica permanece aún, porque ninguno la ha derogado”.

Amparado por esa incertidumbre legal, actuando con escasa publicidad y con la connivencia del ministro Calomarde, la jerarquía valenciana fundó la Junta de Fe. Siempre con las bendiciones del arzobispo Simón López, su principal instigador era el nostálgico recalcitrante Miguel Toranzo, antiguo inquisidor. Éste, durante los dos años que permaneció Ripoll en la cárcel, comprobó que no quiso “rectificar en su alma las verdaderas ideas de nuestra santa religión, para restituirla a la creencia católica”. Por tanto, declarado por el tribunal de la fe como hereje contumaz fue condenado a muerte por hereje, a pesar de no contar con la autorización del rey y no haber tenido una mínima defensa.

De modo que, desde la cárcel, el reo fue conducido por las calles de Serranos, San Bartolomé́ (plaza Manises), Caballeros, Tros Alt y Bolsería a la horca, emplazada entre los santos Juanes y la zona de carnicería del antiguo mercado, en la desembocadura de la calle d’en Conills, entrada del actual Carrer Vell de la Palla. Ahí́ estaba instalada la horca de la que fue colgado, pues ya estaba abolida la hoguera como instrumento de suplicio. Sin embargo, Simón, Toranzo y secuaces, que hubieran preferido esta última, pintarrajearon un tonel con llamas, sapos y culebras, en el que metieron a Ripoll después de ahorcado. Era el 31 de julio de 1826, el día más aberrante de la década ominosa.

Sobre el destino de esta cuba o tonel con el cuerpo de Ripoll hay varias versiones. Parece coherente la versión de que fue lanzado al río, de donde fue rescatado por los hermanos de la Paz y Caridad y enterrado en el Carraixet, de donde fue sustraído por unos pescadores y enterrado en un lugar secreto para evitar que fuera profanado por los absolutistas. Esta versión queda reforzada por la interesante aportación que hace Giménez Valdivieso que pudo hablar con otra persona contemporánea, que en 1826 era un niño y en 1906 veterano octogenario. Se trata de Salvador Lorente, que fue concejal republicano y que, en 1826, acompañando a su tío Bartolomé́ Lorente Sáez, hermano de la Paz y Caridad, estuvo en la capilla donde Ripoll permaneció tres días; ahí́ pudo observar la admirable serenidad que le proporcionaba al maestro el tener la conciencia limpia de mancha y el juicio claro para percibir la verdad.

También parece confirmar esta versión el escrito del mismo Valdivieso, según el cual el entonces niño Juan Bautista Planells recordaba que, viniendo una tarde de la Escuela Pía, pues todavía iba a escuela, vio en el llano del Remedio (por la zona que ahora es la Alameda), mucha gente agolpada junto al pretil del río. Se acercó y pudo observar una bota pintarrajeada, que le dijeron contenía el cuerpo de un hereje que habían ahorcado. Luego supo que el hereje era aquel buen hombre que con tanto cariño le saludaba todos los días.

Podemos redondear este episodio explicando un escrito aducido por Julio Noguera y que ha sido imposible de localizar. En él, explicaba el maestro murciano Luis M. de Espinosa en Entretenimientos infantiles y prácticos de la escuela de mi tiempo, que, hasta casi finalizar el siglo XIX, hubo en una tierra próxima al Cabañal de Valencia un tosco mogote de piedra con una cruz grabada al que llamaban los viejos “La cruz del Mestre”, sin que sobre ella se recordara más que una a modo de conseja sobre cierto maestro al que los absolutistas mataron y arrojaron al río y que allí enterraron unos pescadores para evitar que lo descuartizaran. “Y es lo más curioso -continúa- que me dicen había la costumbre de adornarlo con flores el día 31 de Julio, fecha en que se daba entonces en punto en la escuela para comenzar las vacaciones de la canícula, y que coincide con aquella en que inicuamente fue sacrificado el Mestre de Ruzafa por los serviles de Femando Vil”.

Una notable curiosidad es que “El viejo maestro Ballester, allí muy respetado y querido, fue quien me proporcionó este dato que a usted tanto interesa”, refiriéndose muy previsiblemente al maestro Ballester Fandos.

Ripoll, que se había resistido al indulto, quiso ofrecer su vida “en holocausto de la barbarie de esta época para que el fanatismo se acabe de deshonrar y no haya más víctimas en España”.

Los reconocimientos a Ripoll no han dejado de prodigarse, ya desde los inicios del siglo XX. Y últimamente, el 21 de diciembre de 2017, con la colaboración de Europa Laica y varios grupos de librepensadores, la concejala Gloria Tello descubrió en la plaza del Mercado de Ruzafa una lápida en honor del maestro.

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[1] En este epígrafe sobre Ripoll hemos tenido en cuenta, fundamentalmente, estas publicaciones: OLIVA MANSO, Gonzalo, “Cayetano Ripoll, el último ajusticiado por un asunto de fe”, en Javier Alvarado (coord.), Estudios sobre historia de la intolerancia, pp. 301- 326, ed. Sanz y Torres, Madrid, 2011; De entre la bibliografía que cita Oliva, destaquemos BONO SERRANO, Gaspar, “Suplicio de un deísta”, en último capítulo de Miscelánea religiosa, política y literaria en prosa y verso, pp. 379-393, Madrid, 1870; OLÓZAGA ALMANDOZ, Salustiano, “Un ahorcado en tiempo de Fernando Vil por sus opiniones religiosas”, en Estudios sobre elocuencia, política, jurisprudencia, historia y moral, Madrid, 1869, pp. 349-374; GIMÉNEZ VALDIVIESO, Tomás, El maestro Ripoll, Ayuntamiento de Valencia 1906 y 1934; CÁRCEL ORTÍ, V., “La Inquisición valenciana en el siglo XIX y la ejecución de Cayetano Ripoll”, en Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura, 64-3, 1988, pp. 418 y ss., donde se exhuma la documentación original de Simón López y Miguel Toranzo; NOGUERA LÓPEZ Julio. La última víctima de la Inquisición. El maestro de Ruzafa, cd. Cuadernos de Cultura, Valencia, 1932; BOSCH, Albert, la novela Inquisitio, Planeta, Barcelona, 2006. Posteriormente se ha publicado la novela de Enrique Tomás, La última hoguera. Ediciones B, Barcelona, 2018.

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