Títol Textos inèdits de Juan Castaño III: «Curandería, espiritismo, medicina y remedios»
Autor Joan Castaño
Introducció i disseny  Natzaretpèdia
Data de publicació en Natzaretpèdia Dimarts 14 de novembre de 2023

Un altre treball inèdit de Joan Castaño:
«Curandería, espiritismo, medicina y remedios»

Després de l’edició de “El Nazaret histórico de 1928” i de “Del Grao a Nazaret”, presentem este tercer volum al que hem donat el títol “Curandería, espiritisme, medicina y remedios”. En este cas ja no es tracta d’un volum expressament organitzat i indexat per Castaño, sinó d’una compilació de textos –també deixats pel nostre il·lustre veí en forma de manuscrits– que hem reordenat temàticament.

En este llibret, breu però molt interessant per la seua particularitat, hem compilat tots els textos relacionats amb la pràctica d’oficis i rituals de curació i espiritisme, acompanyats d’alguna menció a la medicina i al seu elevat preu.

Es tracta de reflexions i records que formen part del llegat del nostre veí, però que tenen en tot cas un caràcter personal. Les següents pàgines recullen tot tipus de reflexions i descripcions de pràctiques, davant les quals Castaño es mostrava majoritàriament –i desigualment– escèptic. Es tracta d’un món que en gran mesura ha desaparegut, la qual cosa dóna a estos relats personals un valor etnogràfic que continuarà augmentant amb el pas del temps.

Per facilitar la lectura, el volum s’ha dividit en dos parts: la primera se centra en les persones que oferien els serveis i la segona en els remeis.

Podeu llegir el llibret íntegre a continuació, o bé descarregar-vos-lo d’este enllaç:


Curandería, espiritismo, medicina y remedios

Contenido

Primera parte:  Curandería, espiritismo y medicina
Nacer con zurrón
El Segon Déu
La tía Fabrila
Curanderas frega-panches
La Cruz Roja
Las mamantonas
Curanderos famosos
Ángel Folgado
José Royo Jara, “Liborio”
Enrique Albiol Mascarós, “el Ratero”
El “Curret”
Vicente Zaragozá, “el Pansa”
Rosario la de “Rafelot”
Pepeta “la del Coño”
Matacagà”, un tabernero curandero
Tomasa la curandera
La visita de los médicos de los años 20

Segunda parte: Remedios
Las novenas
El poder del zurrón
Escrofulismo
Contra las verrugas
Els xiquets de volquerets
Insomnio infantil
Llengua de bou
Contra los celos infantiles
Acabacases
Otros remedios curativos
Las recetas médicas

Primera parte: Curandería, espiritismo y medicina

Nacer con zurrón

Desde la noche de los tiempos, los hechiceros empleaban todo su poder persuasivo para dominar sobre el grupo que formaba la tribu, incluido al designado como gran jefe por la fuerza de su poder físico.

Los hechiceros eran generalmente los seres más débiles físicamente de la tribu, pero superiores en inteligencia para dominar como seres privilegiados, capaces de luchar contra las enfermedades, empleando sus excéntricos y aparatosos sortilegios, encandilando al pueblo.

Con la vieja hechicería de otros tiempos nació la práctica del curanderismo en la asistencia rural por las diferentes ramas del grupo de parteras, curanderos, frega-panches y mamantonas, a cuyo tren se engancharon los adivinos, espiritistas parientes de los antiguos magos.

Se decía que la fe era capaz de mover montañas y en los años 20 todavía era normal creer en las absurdas brujerías, en el mal de ojo y en los sortilegios que practicaban las adivinas.

Una nota más que añadir a tanta superchería, se refiere a la creencia, que se decía tener como protección y suerte en la vida, a todos los que nacían con zurrón y lo conservaban llevándolo encima.

El Segon Déu

La superstición en la gente humilde y carente de la mínima cultura, les inclinaba a creer a pies juntillas cualquier referencia con visos de tendencia sobrenatural, y en aquellos años 20 era un campo de cultivo para que proliferaran los pícaros, embaucadores, entre curanderos, espiritistas y adivinos.

Estos redomados gozaban de la adhesión de una clientela con pocas luces que recurrían para sanar dolencias, para quitar el mal de ojo, para saber del más allá, para conocer el paradero de algún familiar desaparecido o aquella esposa engañada que quería conocer la competencia que había desbaratado la unión matrimonial.

Para saber del otro mundo, los adictos tenían como experta a María “la Fabrila”, y para adivinar contaban con Pepeta “la del Coño” y Rosario “la de Rafelot”, quienes gozaban de una extensa clientela de creyentes.

Sin confundir estos iluminados con el afortunado acierto de la “Frega-panches”, nos ocuparemos de las peripecias, vida y muerte de un curandero de Pinedo que llegaba con sus curas hasta el barrio de Nazaret, de quien se sospechaba ser un fresco aprovechado, por su indiscretas palpaciones a sus pacientes femeninas, asombrando a los más ortodoxos por su valor en autodeclararse “el Segon Déu” (Segundo Dios).

Vivía en la pedanía de Pinedo, compartiendo la barraca del tío Chatet y su mujer, un matrimonio físicamente desigual: mientras ella era larguirucha, como la mujer de Popeye, él era un nano con la nariz partida, que se dedicaban a las labores del campo y a la crianza de patos, gallinas y conejos.

Mientras que el Chatet se ocupaba en destripar terrones, la esposa se encargaba de la venta de los animales en los mercados de Valencia.

El “Segon Déu” aseguraba con mucha presunción poseer un poder indestructible e inmortal, con una verborrea tan convincente que tenía encandilados a los dueños de la barraca.

Cuando la mujer del Chatet iba a vender a los mercados de la ciudad, siempre coincidía con los viajes del llamado “Segon Déu”.

El Chatet era pequeño pero fuerte, con un historial digno de una novela de la época en la que los mozos de los pueblos luchaban a navajazos contra los del pueblo vecino por la posesión y conquista de las novias, de cuyos encuentros el Chatet adquirió el actual apodo, por el navajazo que le partió la nariz en dos mitades, cuya señal lo acreditaba.

Al Chatet no le placía mucho el trato tan sospechoso y cariñoso de su mujer con el pupilo, y se prometió estar al acecho, pues además estaba harto de la presunción de inmortalidad tan dudosa para él.

El falso “dios” presumía de su todavía más falso poder y en más de una ocasión provocaba al Chatet para que probara a dispararle, asegurándole que ni el tiro de su escopeta le podía matar.

Cuando las sospechas del Chatet llegaron a convencerle de que su propia esposa le engañaba con el inquilino, simuló una de sus prolongadas salidas a trabajar las tierras o a segar grama para las vacas y salió de la barraca con la coixinera de la comida.

Estuvo un rato prudencial esperando detrás de la barraca y volvió, abriendo la puerta con sigilo, sorprendiendo a los adúlteros infraganti.

El Chatet le atacó con el hacha que tenía a mano, pero él esquivó el golpe, y con el mayor descaro para el ofendido esposo, se disculpó diciendo que aquel acto no era lo que él pensaba, pues solo se trataba de la aplicación de una cura milagrosa para aliviar a su esposa con el poder del “Segón Deu”.

El engañado esposo no admitió milagros tan naturales y su reacción fue pegarle dos tiros con la escopeta, causándole la muerte instantánea al inmortal personaje.

La desaparición del curandero fue notada y denunciada a la guardia civil, y con la confesión del “Chatet” hallaron su cuerpo enterrado detrás de la barraca.

Lo había enterrado en un profundo hoyo, colocando el cuerpo de pies, y al sacarlo en su presencia, el Chatet todavía tuvo el humor de decirle al muerto:

“No dies que no te matarien els perdigons?”

El Chatet alegó ante el juez que aquel sujeto le había asegurado que no lo mataba ni el tiro de la escopeta, pero de nada le valió su alegación y fue a parar a la cárcel.

Se llegó a comentar que en una ocasión, el mismo “Segón Deu” le dio al Chatet una escopeta cargada para que le disparara y se convenciera de que era inmortal, cuya prueba surtió efecto y el pillo no sufrió ni un rasguño, cosa natural porque el truco lo preparó de antemano con cartuchos de fogueo.

Al estallar la Guerra civil salieron de la cárcel muchos presos y entre ellos el Chatet, que volvió a su antiguo trabajo.

Al final de la guerra la moneda de la zona republicana no tuvo valor y el Chatet se halló sin un céntimo, y puso fin a su azarosa vida arrojándose al pozo de su barraca, porque no pudo soportar la ruinosa situación.

La tía Fabrila

Se llamaba María, pero era más conocida por la tía Fabrila. En los años 20 era un matrimonio muy próximo al umbral del ocaso. Era una mujer larguirucha que vestía como todas las viejas de la época, de luto y con pañuelo a la cabeza. Su popularidad era debido a la vanidad que ostentaba el sobrenombre por el que se conocía.

El mote lo lucía con orgullo, alegándolo a haber sido en su juventud de oficio planchadora: en el taller de Ruzafa le planchaban las camisas al famoso torero Julio Aparici, apodado “Fabrilo”, fallecido en 1897, que fue primo hermano del cura de la Punta D. Ranulfo Roig Pascual.

No solo por el oficio de planchadora fue popular la tía Fabrila, pues en el barrio de Nazaret se lo ganó por sus sesiones de espiritismo, a las que la superstición hacía asistir a mucha gente para conocer noticias de sus difuntos, añadiendo sus propiedades para echar las cartas como adivina.

Aunque las prácticas espiritistas causaban respeto por su cara seria, algunas veces caían en la mofa de algunas cuadrillas de jóvenes bromistas, quienes convencían a la tía Fabrila para asistir y divertirse viendo el movimiento de las tres patas del velador.

El día que murió el marido, la Fabrila trató de arrancarle con unas tenazas su magnífica dentadura de oro sin conseguirlo.

Tardó más de lo normal en avisar al vecindario la muerte del esposo; tras el fracaso de su intento por recuperar la dentadura, a pesar de los esfuerzos que hizo con las tenazas.

Fue tan ingenua que se lamentó a las vecinas del fracaso de sus propósitos, resignándose a la pérdida que representaban las muelas de oro del marido.

Curanderas frega-panches

La enfermedad más propagada y extendida entre las muy contagiosas de los años 20 fue la tisis, y entre las dolencias infantiles más corrientes eran “los farragos”, empachos de barriga y malas digestiones, que las madres muy expertas comprobaban cuando los hijos “tenien la llengua bruta”.

Para resolver estos trastornos tan familiares en aquellos años, las madres no arriesgaban las tres pesetas de la visita al médico y recurrían a los remedios caseros y con una purga de aceite de ricino o agua de Carabaña desatrancaban las cañerías humanas en 24 horas.

Cuando los síntomas eran más preocupantes rebasando los conocimientos de la madre, recurrían a las curanderas llamadas vulgarmente “frega panches” y con unos masajes manuales con aceite comestible en la tripa y lavativas quedaban los chavales como nuevos.

Por cuyos servicios las curanderas no tenían tarifa y solo admitían “la voluntad”, pues no podían pedir cantidad alguna libremente.

La superstición en las curanderas que se creían poseer un poder sobrenatural para sanar enfermos, decían que solo admitían como pago de sus servicios “la voluntad” para no perder los poderes curativos.

En el barrio de Nazaret ejercían de “frega panches” la tía Toneta “la Polla” y Dolores Sebastiá Moreno, apodada “la tía Churra”, quien además de dichas prácticas tan elementales, también ejercía de partera, con una gran maestría, muy solicitada por las familias que no podían pagar los servicios de las comadronas autorizadas.

La Cruz Roja

Para los trastornos más corrientes, sobre todo en la gente menuda, las madres confiaban en las “frega-panches”, muy entendidas en los “empachos”.

Las causas frecuentes se producían durante la primavera y verano, por la glotonería que producía el hambre en los jóvenes, que en pleno crecimiento pocos podían saciar el apetito, atracándose de fruta, muchas veces sin madurar, que tenían a su alcance de los árboles en la cercana huerta, como albaricoques, melocotones, melones y de las abundantes higueras.

Algunos casos eran culpables los membrillos que arrastraban las aguas del río en sus anuales crecidas de octubre, que los recogían para comérselos pues procedían de los que las lluvias desprendían de los árboles y caían en las acequias.

Para la gente obrera y pobres de solemnidad, existía en los años 20 unos servicios gratuitos a cargo de un equipo de médicos especialistas en la policlínica de la Cruz Roja de la calle de Chapa, y además en la posta sanitaria de la misma institución benéfica, que se hallaba en el paseo del Marqués de Caro junto al barrio de Cantarranas.

Las mamantonas

Entre las curanderas con el don para sanar, unas posando las manos sobre el cuerpo enfermo y toras masajeando tripas, como las populares “frega-panches”, estaban las mujeres llamadas “mamantonas” por su profesión, especialistas en succionar la leche de los pechos de las recién paridas, a cuyos pezones, por defectuosos, no podían cogerse los recién nacidos.

Las mamantonas se encargaban de aliviarlas vaciando la leche de los pechos, pero a los niños los tenían que alimentar con biberón, las familias pobres.

El dinero sirve a quien lo tiene, y las familias mejor situadas económicamente, contrataban una nodriza a la que llamaban “ama” que se encargaba de la lactancia del niño.

En los años 20 abundaban las nodrizas, cuyos servicios los comercializaban sobre todo las que venían del campo y de los pueblos castellano hablantes, siendo las más solicitadas las llamadas “churras”, procedentes de la provincia de Teruel.

En Valencia había agencias que atendían la demanda de amas de leche, cocineras y doncellas de servicio con las mejores recomendaciones, y en la sección de anuncios de la prensa de la época se ofrecían nodrizas rebosantes de salud y con leche abundante.

Curanderos famosos

Entre los curanderos con más prestigio del barrio de Nazaret, no faltaron otros que fueron surgiendo a lo largo del tiempo, destacándose los vecinos Ángel Folgado García, José Royo Jara, apodado “Liborio”; Enrique Albiol Mascarós, “el Ratero”; Vicente Zaragozá Tomás, “el Pansa”; Rosario “la de Rafelot”, y Tomasa Navarro.

En la actualidad ya han fallecido todos excepto Tomasa, que es la única curandera que todavía sigue ejerciendo sus “poderes curativos”.

Ángel Folgado

Ángel Folgado curaba como la mayoría de los iluminados poseedores de gracia, imponiendo las manos para inyectar su energía al enfermo, pero nunca se tuvieron noticias de sus posibles éxitos, pues su popularidad la alcanzó fuera del barrio de donde procedía toda su clientela.

José Royo Jara, “Liborio”

José Royo Jara, “Liborio”, era masajista del equipo de fútbol local, aficionado a la traumatología, y hacía extras sanando esguinces y torceduras. Fue un hombre extrovertido, que en su juventud perteneció al cuadro artístico de un teatro de aficionados de Ruzafa, que llegó a representar, imitando al popular ventrílocuo Paco Sanz, con Liborio, el muñeco más famoso que presentaba el artista de Anna. Por su éxito en sus representaciones se hizo acreedor del apodo de “Liborio”, sobrenombre que le fue más aplicado en su centro de trabajo de los astilleros de la Unión Naval de Levante y poco conocido en el ambiente del barrio de Nazaret.

Enrique Albiol Mascarós, “el Ratero”

Enrique Albiol Mascarós, “el Ratero”, había heredado el apodo de su padre el tío Nelo “el Ratero”, famoso tendero establecido en el barrio al final del pasado siglo.

Fue otro sanador que quitaba los dolores imponiendo las manos con un suave masaje, al tiempo que mascullaba entre dientes una supuesta oración.

Este personaje ni fue, ni se consideró un ser iluminado con un poder de energía para sanar, pero a pesar de ser una persona respetable, seria y formal, practicaba su poder que él consideraba sobrenatural para aliviar el dolor.

El “Curret”

Dentro del amplio campo del curanderismo y desde la respetable profesión del galeno, a los retazos tan populares de las parteras y frega-panches, podemos añadir al grupo de los sanadores, al muy famoso “Curret de Castellar”, personaje que fue un especialista en sanar piernas y brazos que sufrían torceduras por accidentes y caídas.

Sus conocimientos adquiridos por la práctica de muchos años, abarcaba una larga lista de torceduras y esguinces en pies y manos, pero siempre respetaba los casos de roturas que por su importancia recomendaba al traumatólogo.

La fama del “Curret” pasó de padre a hijo incluido el apodo, a quien transmitió su ciencia y acierto en sus curas, que todavía perduran en la historia de sus intervenciones.

Para cualquier accidente, la gente todavía prefiere recurrir a él en primera intención, por la fe que tenía al famoso “Curret de Castellar”.

Igualmente creó popularidad la curandera del Grao conocida por la tía Colasa, quien competía con el “Curret de Castellar” además de sus buenos servicios como frega-panches.

Era un especialista en sanar a los niños de pecho de las quebraduras del ombligo, empleando un enfajado aprisionando el ombligo con un duro de plata en los casos de las familias pudientes, y en las pobres empleaba un redondel de zinc. El duro de plata lo facilitaba la propia familia.

Vicente Zaragozá, “el Pansa”

Vicente Zaragozá Tomás, “el Pansa”, fue un hombre con mala suerte en los negocios por sus ansias de riqueza. Durante varios años tuvo una tienda de comestibles en el bajo de la tía Adelina Ibanco, “la de Pardalo”, en la calle Alta del Mar. Era muy aficionado a jugar a la lotería, y por fin le visitó la suerte con un premio bastante sustancioso, aunque no tanto como para satisfacer sus deseos.

Aquella suerte le convirtió en un obseso del juego y persiguiendo un premio mayor gastó sus economías, privando a su negocio de sus reservas. Aunque se resintió su crédito, pudo seguir trapicheando en una modesta tienda-taberna montada al lado de la casa del “Petos”, que estuvo situada en lo que era la calle de la Macarena.

Finalmente tuvo que cerrar el nuevo negocio, pero como hombre que nunca desmayaba, por su falta de responsabilidad, se dedicó a vender hierbas medicinales, ayudado de su hijo Ramón, visitando los mercados, propagando su conocimiento en remedios y sanar males, lo que le ocasionó más de un disgusto con la clientela por sus errores en los diagnósticos.

El apodo de “Pansa” le fue impuesto por la crítica popular, debido a un lunar muy abultado con el color de las pasas, que la naturaleza le dotó en su nacimiento, luciéndolo en una mejilla de por vida, convertido en su carnet de identidad. A estos regalos de la naturaleza, la gente les llama “deseos” o antojos no satisfechos de las mamás, durante el estado de buena esperanza.

Rosario la de “Rafelot”

Rosario la de “Rafelot” fue otra curandera que sanaba por el poder y energía de una gracia que decía poseer, y cosechó algunos éxitos al decir de sus pacientes, pero su especialidad era comunicarse con ultratumba.

La superstición era una condición propia de gente inculta e ignorante, y en aquellos años en Nazaret no faltaban los adictos al espiritismo.

El apodo “de Rafelot” era aportado por la gran estatura de su corpulento esposo Rafael, al que Rosario también le igualaba formando buena pareja.

Rosario era una mujer grandota con andares a zancadas, cuyos pasos los medía con unos pies descomunales que muy bien podía dormir de pies y calzar las botas de las cien leguas del gigante del cuento de Pulgarcito.

Pepeta “la del Coño”

Josefa Pérez Casas se destacó en el vecindario de Nazaret por sus creencias paranormales y por su fuerte carácter, demasiado para su pequeño cuerpo, que era más conocida por la “tía Pepeta la del Coño”.

Aseguraba muy formal y ella solo se lo creía, haber tenido apariciones divinas y se consideraba un ser privilegiado de poseer una gracia especial para adivinar, por cuyos dones contaba con una numerosa clientela de fuera del barrio.

Entre la clientela del barrio, figuraba una esposa engañada a la que llamaremos Palmira, que después de algunas sesiones, la tía Coña no consiguió conocer a su rival, cuando todos los vecinos la conocían desde el primer día.

Fue una mujer acomodadiza pero egoísta, pues siempre se inclinaba a donde podía conseguir mayor beneficio, bien fuera de cristianos que de infieles. El mote de “Coño” lo heredó de su difunto esposo, el castellano José Sanfrancisco, a quien la crítica popular se lo había aplicado por su hábito de repetir el vocablo, como exclamación por cualquier motivo.

Matacagà”, un tabernero curandero

Entre el grupo de curanderos los había con una sabia experiencia que se crearon una merecida popularidad, como el muy conocido tabernero de Cantarranas apodado “Matacagà”.

Sus conocimientos de herboristería eran muy amplios y sus aplicaciones acertadas.

Amaba las plantas como la vida misma, asegurando que ellas eran un eslabón creado por la naturaleza de la cadena de la vida.

Su especialidad era combatir los cálculos renales, enfermedad llamada “el mal de la pedra”, que él la atacaba con infusiones de la planta conocida por “olivarda”, con un poder para expulsar los cálculos sin dolor, disolviéndolos y convirtiéndolos en arenilla que no molestaba en las micciones.

Contra las retenciones de la orina aconsejaba beber con frecuencia la llamada “siba dels cuatre grans”, compuesta de maíz, cebada, centeno y trigo tostados añadiendo lo que llaman “pèl de panolla”, que es la mocheta de fibra pelusa de las mazorcas de maíz.

También empleaban para el “mal de la orina” infusiones de los rabos de las cerezas.

Tomasa la Curandera

Tomasa Navarro la Curandera afirma que supo de su poder y gracia para sanar al anunciárselo una persona poseedora de gracia para adivinar. Dice que cura toda clase de males, empleando una oración y unas botellas de agua del grifo que ella misma preparaba para los pacientes que la visitan, admitiendo solo la voluntad como pago por sus servicios.

Actualmente, en el año 1996, Tomasa es la única curandera que ejerce en Nazaret. (…)

La visita de los médicos de los años 20

La asistencia médica en aquellos años era privada y eran pocos los que podían pagar la visita del médico, que entonces las cobraban a tres pesetas, creando problemas, tanto para el médico como para la familia del enfermo.

Para resolver el pago de la asistencia médica se creó la “Iguala” con los médicos, que consistía en el pago anual o semestral, bien en metálico o en especies, costumbre ésta más arraigada entre la gente del campo.

En Nazaret hubo en los años 20 dos médicos, uno fue el patriarca y benefactor D. Paco, muy famoso y querido en aquellos años por su paternal trato con la gente, visitando muchas veces gratis, y según la pobreza de la familia, solía dejar sobre la mesa unas monedas de su bolsillo.

El otro médico fue D. Enrique Soler Andreu, hijo de una humilde familia de Nazaret que no tuvo gran relevancia.

En los años 30 ya había fallecido D. Paco, pero se incorporaron dos nuevos médicos: uno fue D. Vicente Llavata Marzo como médico titular del cuerpo de Carabineros, que en los primeros de la República fue sustituido por el Dr. D. José Polo Guillemín.

D. Vicente Llavata Marzo era hijo de la huerta de Nazaret, de la familia apodada “El Llauraoret” de la alquería Llavata del Camí Nou o Camino de las Moreras.

El Dr. Llavata mantuvo por muchos años su fama como médico de cabecera en el barrio, además de su especialidad de cirujano, más arrojado y atrevido que entendido, de cuyo valor y decisión dio muestras cuando por una emergencia operó de una hernia estrangulada a su tía Carmen Vázquez “la Rulla”, cuya operación fue un éxito, muy comentado y aún recordado por los medios que empleó, dadas las circunstancias y la urgencia del caso.

Fue una intervención a vida o muerte, y tuvo que improvisar su particular quirófano en la entonces barraca de la tía Rulla, en plena huerta de Nazaret.

Su hija Pilar nos confirma que su madre fue operada sobre la mesa que empleaban para la matanza del cerdo.

Otro caso digno de recordar por tratarse de un diagnóstico para el que la receta ya estaba obsoleta en aquella época, pero salvó la vida del vecino Antonio García Castro después de haber sido desahuciado por los médicos que le asistían, cuyo remedio consistió en la aplicación de sanguijuelas.

El Dr. Llavata era nombrado por la gente con el apodo de “el médico llauraoret”, debido al origen de una familia de labradores, aunque el apodo era afín a su personalidad, que la cuidaba bien poco, comportándose con destacado desaliño.

Fue voluntario en la Guerra Civil, participando como médico en los frentes de guerra, y al término de la contienda fue depurado muy severamente por el Colegio de Médicos.

Segunda parte: Remedios

Las novenas

Cuando la ignorancia domina al ser humano por no haber recibido la claridad y lucidez que emana de la cultura, el contagio de la superstición se adueña como un microbio de la frágil voluntad en la mayoría de las personas, acampando en un campo de cultivo tan propicio y crédulo para el ignorante, cuyo fanatismo les convierte en fieles seguidores del curanderismo, buscando el remedio para sus dolencias, que en muchos casos eran manías de falso enfermo.

No obstante, a falta de una asistencia sanitaria más barata que la de los médicos de la época, la mayoría de la gente humilde acudía al popular curandero para los casos de poca gravedad.

Para mayor protagonismo, los curanderos tomaron el número nuevo para aplicarlo en la ciencia de su negocio, al igual que la Biblia con el número siete, tan repetido en las Sagradas Escrituras.

Las novenas eran el espacio de tiempo que los curanderos y demás sanadores empleaban como medida de duración para la mayoría de los tratamientos curativos.

Los mismos supersticiosos recomendaban las novenas para tomar los baños de mar, asegurando que tan perjudicial era pasarse de los nueve baños como no llegar a completarlos.

La costumbre de las novenas que con tanta profusión eran respetados en otros tiempos, fueron perdiéndose poco a poco, pero se mantiene vigente en los actos programados en las fiestas religiosas para los sermones de los predicadores sagrados, y en menos escala se celebran los triduos y quinarios en las parroquias más pobres, porque la recaudación para los gastos de las fiestas nunca alcanzaba para pagar a un orador de prestigio, por su categoría y elevada tarifa.

El poder del zurrón

El zurrón es una membrana que como una bolsa envuelve al feto, y al nacer han de liberar al niño para evitar que se asfixie.

En épocas pasadas, el zurrón era de mucha estima y estaba muy cotizado, las parteras y algunas comadronas aprovechadas comercializaban dicha bolsa por encargo de gente supersticiosa, ocultándola al nacer la criatura para llevársela.

En los casos normales de honradez de las comadronas y parteras, el zurrón quedaba en poder de la familia y como era costumbre la madre lo guardaba hasta la mayoría de edad del hijo para que lo llevara consigo, metido en una bolsa cosida en la ropa interior, como un amuleto protector de desgracias.

Las madres lo guardaban sobre todo para cuando fueran al servicio militar, pues en aquellos años España estaba en constantes guerras con los moros, por la posesión de la ciudad de Melilla contra el cabecilla insurrecto Abd-el-Krim.

Tanto poder le atribuían al zurrón los antepasados, que de dicha superstición nació un dicho popular que todavía tiene vigencia en nuestros días, aplicándolo a todo aquel que en la vida le sale todo bien, tiene suerte en los juegos de azar y aquellos de quien se dice que da una patá y sale dinero, diciéndoles:

¡Qué suerte tienes, Fulano!

¡Ese tiene zurrón!

Escrofulismo

La imaginación de algunos curanderos no tenía límites y eran capaces de asombrar con la aplicación de los remedios más inverosímiles contra el escrofulismo en los niños nacidos sin las defensas necesarias para el normal desarrollo.

La receta más infalible que empleaban era sacrificar un perrito recién nacido y hacer un guiso con él, dándoselo a comer a niños de los 7 a los 8 años.

Contra las verrugas

Una de las brujerías de la época contra las verrugas consistía en frotárselas con sal que era recogida y con disimulo tirarla dentro de la casa de su enemigo, a quien le pasaban las verrugas.

Otra forma de pasarle las verrugas al vecino era frotándolas con disimulo con la llave que entonces era costumbre dejarla puesta en la cerradura.

Existía una receta más racional y cristiana para hacer desaparecer las verrugas y los llamados “fit”, que eran las formadas por la agrupación de varias verrugas juntas.

El remedio consistía en aplicar unos toques del líquido que suelen destilar las berenjenas puestas a escurrir polvoreadas con sal, para ser fritas pasadas unas horas.

Els xiquets de volquerets

Son los niños de pañales los más problemáticos para saber las causas de los trastornos que les aquejan, pues solo los pueden reflejar con el llanto como único aviso.

La vieja experiencia transmitida de las abuelas y el consejo de expertas curanderas, enseñaba la aplicación del remedio para según los casos.

Es normal que nazcan niños llorones, que hacen pasar mala noche a los padres, sin dejarles descansar, pero el llanto, como queja de alguna molestia era advertido de inmediato por las madres.

Una de las molestias más corrientes eran las flatulencias por la ingestión de aire, que producían dolor de vientre por no saber o poder expulsarlos, cuyo remedio para aliviarlo era darle a chupar una muñequita o lío de trapo formando una pelotita, conteniendo en su interior semillas de anís sumergido en agua, cuyo efecto positivo es inmediato.

Cuando ni la madre atiborrándolo de teta conseguía hacerle dormir, ni la abuela meciéndolo cantándole la nana, recurrían a la herboristería para administrarle una dosis de la infusión de adormidera, que era un remedio infalible pero brutal, porque el niño quedaba drogado.

Las cápsulas de la adormidera son la madre del opio, pero en aquella época se podía adquirir sin problemas, y como sustitutivo las cápsulas de amapola, cuyas plantas son de la misma familia.

Insomnio infantil

Entre los llantos, lloriqueos y gemidos de los bebés, estaba el llanto cansino, característico que acusaban no poder conciliar el sueño.

En los casos de ser el primogénito de la familia, eran los padres quienes lo pasaban peor.

Llengua de bou

Los sanadores que tenían conocimiento del poder curativo de las plantas eran fieles y respetuosos en su aplicación según las normas y la sabiduría transmitida por sus antepasados para su exacta aplicación.

Famosa en dichos conocimientos, fue la abuela de los “Quililis”, vecina del barrio de Cantarranas, sanando las heridas ulceradas que no se curaban con los potingues de la farmacia, recetados por los médicos, aliviando el mal hasta sanar por completo, con la aplicación de las hojas de una planta llamada por la gente del campo “llengua de bou” por su forma tan parecida a la lengua del toro. Planta silvestre que se criaba en abundancia en la humedad de los ribazos de las acequias.

Los curanderos aseguraban que debido al gran nivel de humedad de la zona, era muy difícil curar las heridas en pies y piernas con la medicina convencional de la época, en cambio las heridas en la cabeza sanaban con más facilidad aplicando las recetas médicas.

Contra los celos infantiles

Las curanderas tenían también un remedio contra los celos de los niños, cuyo remedio consistía en tener a la vista de los pequeños una pala de chumbera colgada en la pared, y hacerles mirar mientras que les daban un par de azotes en sus arrebatos motivados por los celos.

Acabacases

Un boticario valenciano de finales del XIX se hizo famoso con una fórmula de su invención, a la que tituló “Acabacases”, compuesto de la destilación de hierbas medicinales puestas en maceración con alcohol, que fue un milagroso remedio empleado en las epidemias gripales, muy eficaz contra las pulmonías.

El famoso nombre de “Acabacases” parecía una contradicción, pues su análisis literal significa “acabar con las casas”, pero su efecto era para todo lo contrario.

Hubo una época no muy remota en que no faltaba en las casas un frasco del medicamento milagroso, y el boticario se forraba hubiera o no epidemia.

En los años 20 le salió un competidor de la empresa vinícola del Grao, del químico belga Cherubino Valsagiacomo, que comercializó un licor de mucha graduación con sabor seco amargoso compuesto de yerbas, con las mismas propiedades del “Acabacases”, que lo tituló Fernet-Branca. Este licor se tomaba en los bares como sustituto del coñac en los carajillos y el copeo.

Otros remedios curativos

Las recetas más corrientes que aplicaban las curanderas “frega-panches”, además del empalagoso y repugnante aceite de ricino, eran los productos vegetales, llamados “tisanas”, que servían para aliviar la mayoría de las dolencias.

Los vahos de hojas de eucalipto para los resfriados, el “rabo de gat” en infusiones contra la inflamación interna, las hojas de Boldo para las dolencias del hígado, la flor de azahar, la de la pasión y las hojas del tilo calmaban los nervios y la olivarda pera el “mal de la pedra”, el “pèl de panolla” y los rabos de cereza para la inflamación y retención de la orina.

La sustancia del arroz hervido y miel era un remedio muy eficaz para calmar la tos y resfriados.

También aplicaban las cataplasmas de harina de linaza y mostaza en el pecho muy calientes contra las pulmonías.

Como depurativo de la sangre era muy recomendado tomar en primavera una novena de levadura de cerveza que se podía adquirir en la propia fábrica de cerveza.

Otras aplicaban unas pintadas de tintura de yodo en el pecho para aliviar los enfriamientos y el dolor de garganta de los niños lo curaban aplicando un preparado mantecoso de belladona para rebajar la inflamación de las amígdalas.

Las recetas médicas

En los años 20 eran poco variados los específicos que recetaban los médicos, aunque entonces tampoco existían en la cantidad actual. Era más normal y corriente que la mayoría de los médicos recetaran fórmulas de medicamentos que los boticarios se encargaban de preparar en los laboratorios de sus reboticas.

Las reboticas de las farmacias de entonces disponían de su laboratorio en los que los licenciados preparaban las fórmulas rodeados de retortas, balanzas, alambiques y la aportación del mancebo. Aquellas reboticas del pasado eran consideradas como los templos del saber, donde reinaba la cultura, las ciencias y mayormente la política, aportando sus opiniones en las típicas reuniones del maestro, el médico y otros personajes de la localidad con el boticario, quienes compartían las tardes en agradables tertulias. Eran antiguas costumbres muy populares que desaparecieron con el progreso.

Por la experiencia que adquirían las madres de los tratamientos que los médicos aplicaban para algunas dolencias de sus hijos, se automedicaban sin receta del médico, ahorrándose las tres pesetas de la visita, pues muchos medicamentos se podían adquirir sin receta, así como otras fórmulas preparadas por el boticario para simples constipados, como el tan socorrido y barato Jarabe Tulú.

Entre los medicamentos que adquirían las madres sin receta, caben citar, además del citado Jarabe Tulú, los envasados “Hipofosfito Salud” y el todavía utilizado “Ceregumil”, reconstituyentes para fortalecer el crecimiento y el escrofulismo de los niños, además de el aceite de hígado de bacalao, pero por su repugnante olor y su sabor era un drama hacerles tomar la cucharada a los chavales.

Igual problema tenían con el aceite de ricino por su mal olor y lo empalagoso para ingerirlo, obligando a las madres a suministrarles un poco de azúcar para el mal sabor de la purga.

Los aficionados a las hierbas medicinales eran adictos a los productos que lo curaban todo, como los preparados del célebre “Abad Hamon”, todavía a la venta en las farmacias.

Para purgantes también se empleaba el “Agua de Carabaña”, la “Sal de Figuera” y el citado aceite de ricino, que por su gran consumo y lo económico se vendía, además de en las farmacias, en las botiguetas de los barrios a cinco reales la onza.

Pasado un tiempo se dejó de vender el aceite de ricino a granel y fue sustituido por unos frascos preparados con olor a naranja, más tolerado por los chavales, a pesar de ser todavía desagradable de ingerir.

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Títol Textos inèdits de Juan Castaño III: «Curandería, espiritismo, medicina y remedios»
Autor Joan Castaño
Introducció i disseny  Natzaretpèdia
Data de publicació en Natzaretpèdia Dimarts 14 de novembre de 2023

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